Cuando llegó a la casa, todo estaba tal como lo había
dejado. El padre de su hija habría recogido a la niña esa mañana, le tocaba pasar
el día con él. Pero, al entrar en el
salón, vio una copa con un resto de brandy , era de aquella botella que ella le
regaló a su entonces marido, tras un congreso en Jerez. De vez en cuando
encontraba una copa así sobre la mesa. Era la forma que él tenía de decirle que
no había salido de su vida, ni de su hogar, que entraba allí cuando quería.
Con el propósito de que no volviera a ocurrir, dejó la botella en el suelo de la cocina en espera de otro destino. Al día siguiente, el gato deambulaba con los ojos vidriosos junto a un reguero ambarino que salía de la botella rota.