Aquella mañana, al despertar, ella notó un calorcillo que le
anunciaba la primavera. Estiró el brazo y notó vacía la otra mitad de la cama.
No recordaba si oyó salir a su marido. Empezó la rutina diaria de despertar a
los niños, desayunos y llevarlos al colegio, con las habituales prisas y
regañinas.
Al volver, le pasó por la cabeza la idea de que otra vida
era posible. Hacía tiempo que no la contrataban ni para sustituir; la casa mostraba el mismo escenario de siempre: tazas del desayuno
en la mesa o el fregadero, camas deshechas, prendas en el suelo del cuarto de
baño…
Recogió lo más imprescindible con toda rapidez. Guardó en su
bolso algunas cosas por si surgiera algún imprevisto. Retocó su aspecto y
volvió al coche. Tras sacudir con el limpiaparabrisas algunos azahares que
habían caído, se puso en marcha. A menos de una hora, tenía una amiga de la
infancia a la que siempre podía acudir si tenía ganas de llorar, un antiguo amigo
que siempre le hacía reír y, el mar. Un mar con un paseo en el que cruzarse con otras personas, ya
fueran al ritmo de un deportista,
arrastrando su melancolía, o surcando un corazón en la arena…
Paró para escribir un mensaje: “Llegaré tarde. Hay comida en
el frigo. Ya te explico. Estoy fatal de batería”. Apagó el móvil y subió el
volumen a la música de los Rolling.
Thelma y Louise. Año 1991
1 comentario:
Libre, por unos instantes, por unas horas, es imprescindible darse un capricho, a veces,aunque sea imaginándolo. Se nos olvida que así podemos volar. Me gusta la escena, más común de lo que pensamos.
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