Mi madre me advirtió que no me entretuviera ni hablara con
desconocidos, pero yo entré en aquel parque buscando flores. Cuando tuve un
ramillete, cogí mi mochila roja que guardaba
un rico bizcocho para entregárselo todo a mi abuelita, como quería mi
mamá. Yo llevaba a todas partes aquella mochila y por ello me conocían por
Mochilita Roja.
Crucé el barrio que me recomendó el lobo y cuando llegué a
casa de la abuela, la puerta estaba entreabierta y la encontré en su dormitorio
acostada, estaba muy rara, con muy mala
cara. Entonces le dije:
-Abuelita, ¡qué mal te encuentro!
-Hijita, estoy enferma.
-Pero ¡qué orejas más grandes tienes!
-¡Son para oírte mejor!
-Y ¡qué ojos tan grandes!
-¡Para verte mejor!
-Dios mío ¡qué boca tan grandes tienes! –Me daba un poco de
miedo y marqué en el teléfono móvil el número de mi madre, pero antes que ella
contestara, el lobo respondió:
-¡Para comerte mejor! Y cuando me dí cuenta de que no
era mi abuela, sino el lobo disfrazado, éste me engulló y llegué a su estómago,
dónde sí estaba mi abuela.
Después de un rato de miedo y congoja, la barriga del lobo
se abrió y salimos mi abuela y yo sanas y salvas. Allí estaban un carnicero
que rasgó al lobo, unos policías que
habían buscado al carnicero y mi madre, que como yo no le contestaba al móvil,
se preocupó y llamó a la policía.
Todos estábamos felices, al lobo lo incineraron y yo aprendí que siempre
que me llame mamá al móvil debo responder, pues de lo contrario, ella se
imagina lo peor y llama a la policía
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