sábado, 10 de noviembre de 2012

AQUEL DOMINGO EN QUE NOS CONOCIMOS


Aquel domingo de Noviembre, me desperté indispuesta y sobresaltada. Me asusté, pues noté por los síntomas que aquello iba en serio. De hecho, un rato después me llevaron al hospital.
Yo había organizado una comida campestre, rociada con el primer mosto de Jerez, con un buen grupo de amigos. Según avanzaba la mañana y ante mi ausencia, la intuición o las noticias que vuelan, hicieron que se fueran presentando hermanos y amigos en la habitación del hospital. No faltó nadie.
Ellos se saludaban, charlaban, reían y hablaban de mí en tono jocoso, ajenos a que yo no sabía qué hacer para calmar el dolor que me invadía. Ni los consejos de los sanitarios, ni el gotero,  sirvieron de nada. Tu padre no se atrevió a despedir a las visitas y llegué a morderle en una mano llevada por la desesperación. Además, tenía mucha hambre, pero no me dieron comida en previsión de una posible intervención con anestesia.
Por fin, a última hora de la tarde, en una aséptica sala, donde una incómoda postura llevó mi sufrimiento al límite, sin que llegara la inconsciencia, hubo un momento en que todo paró, sentí un vacío y todo se tornó en felicidad cuando el médico te colocó sobre mí y sólo supe decir: “mi niña”, “mi niña”…mientras te sostenía incrédula y papá grababa.
¡Feliz cumpleaños, hija!

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