Siempre
pensaba que la moda era una invención de la industria textil para hacernos
comprar aquello que no necesitamos y que sólo interesa a unos cuantos. Pero últimamente
he cambiado de opinión. Observo esta primavera, muy esplendorosa por cierto, y veo a las personas como otro elemento más de la
naturaleza, que cada estación renueva su aspecto, cambia de colores y se nos
presenta distinta.
Igual que
miramos con ilusión las primeras rosas de cualquier jardín cercano y los
primeros azahares caídos en la acera, también nos entusiasma ver las tiendas inundadas de una nueva gama de colores, propios de la temporada. Con frecuencia
buscamos una prenda de ese color, del que que hacía tiempo que no llevábamos
nada y que este año “está de moda”, alegrándonos de que aparezca. Y podemos
llegar más allá, probándonos algún modelo nuevo, más ancho o más estrecho, o
quizás más largo, pero que nos da una
imagen diferente. No es ni más ni menos que lo mismo que han hecho todas las
generaciones, atribuido más a las mujeres por la versatilidad de su vestimenta.
Cualquier pueblo o grupo étnico que se
estudie, viene identificado y representado por una forma de vestir concreta, lo
que unido a las joyas y otros complementos nos da información sobre la época de
qué se trata, la riqueza que pudieran tener
y otros datos relevantes.
Si bien
nadie tiene por qué obedecer la última tendencia, desde las hojas de parra, la ropa ha evolucionado
constantemente y todos contribuimos algo a ello.