A menudo me lo encuentro por las mañanas. Siempre con una
carpeta en la mano. Camina deprisa y decidido, como si fuera a alguna parte, a
hacer una gestión que nunca se ve. Es mi vecino del tercero. Un hombre muy
activo, educado, amable e ingenioso, pero al que a veces esquivamos ante el
temor a que vuelva a proponernos otra reforma o mejora en el edificio. No todos
disponemos de tanto tiempo como él.
En su plenitud física y psíquica, se le adelantó la
jubilación mientras se retrasaban los nietos. Vuelve temprano del gimnasio y se
le ve aquí y allá tomando café, con antiguos compañeros o compañeras, con
alguien a quien encuentra más o menos casualmente… A veces busca a los colegas que están todavía
en activo, pero dice que siempre tienen prisa, que se marchan enseguida. Hace
unos días, mientras desayunaba yo con una amiga, lo vi entrar en el bar con una
señora. Mi amiga, un poco cotilla, me dijo que la conocía, que era una novia de
juventud, de la que siempre parecía haber estado enamorado y a la que yo no le encontré
ningún encanto. Pero seguro que eso da igual. Cualquiera sirve para echar un
rato, entre una cosa y otra es la hora en que su mujer sale de trabajar.
Jean Béraud. Au Café