Hoy he vuelto a mi barrio. Como cada año. Las procesiones tienen el poder de convocar a vecinos, antiguos y nuevos, residentes aquí y emigrantes, alrededor de su Cristo, de su Virgen y de su iglesia. Y allí estaban sus calles, como cada Viernes Santo, con balcones engalanados y fachadas recién adecentadas. Son ya décadas las que llevo acudiendo a la cita, siempre en el mismo sitio. Veía a mis vecinos, a sus hijos, nos saludábamos, y siempre ha sido grato el reencuentro. En alguna ocasión he reconocido en una joven a una amiga pero…era su hija, exactamente igual a ella cuando dejé de verla… Muchos incondicionales nos hemos repetido cada año y también, cada año, han dejado de verse algunos de los habituales.
Esta vez he notado muchas ausencias, pero el
sentimiento de ver al Cristo pasar por delante de la que era mi casa, compensa
otras frustraciones. En el tiempo del desfile procesional, escenas de mi
infancia por esas calles, por sus tiendas, entre sus personajes y en mi casa se
agolpan desordenadamente. El descubrimiento de la vida, la familia, el colegio,
las amistades, todo tiene su origen allí. Y me pregunto: ¿pueden unas personas por
el hecho de comprar una casa adueñarse de mis sueños, mis ilusiones y
fantasías? ¿Por qué no puedo volver a entrar y recrear mis juegos? ¿Qué habrá
en mi rincón favorito? ¿Hay alguien que lleve ahora muñecas a la azotea? Me da rabia pensar que nada de aquello ya me
pertenece. En la escritura del inmueble, el notario debió añadir: “se le da
licencia al vendedor y sus descendientes para entrar y soñar”