Hace tiempo que quería una nochebuena diferente y la he
tenido. Mi hijo, el que emigró, no ha venido a casa por Navidad, le hemos
visitado sus padres. He palpado el frío gélido, he bebido vino caliente y
brindamos con otros españoles, con esa alegría y unión que surge rápida cuando
estás solo en un lugar extraño y encuentras a un paisano.
Al final de la noche, mientras contemplaba el fuego, me
sorprendí echando de menos las canastillas de hojaldre rellenas de mi madre. Es
curioso, nunca pensé que me gustasen tanto, nunca la felicité por esta especialidad,
pero es la primera Navidad sin ellas y sin ella. A veces, es cierto que brillan
las ausencias y personas que se consideran a sí mismas poco relevantes, hacen
que cambie totalmente una reunión cuando no están. A otras, se les espera un
año y otro y cuando quieren unirse, ya aquella no es su fiesta. No ha habido
gritos ni voces de niños, ni una abuela desafinando con la pandereta, ni el
cuñado sabelotodo, ni el que se pasa de copas y da la lata, ni quien se va al
baño a la hora de recoger…
En fin, que cuando nos llega la nostalgia, echamos en falta
hasta lo que nos molesta, aunque
ha sido distinto, divertido, y con quienes más quiero.
¡Felicidades a todos!
La adoración de los Pastores. El Greco. 1614. Museo del Prado