Hace mucho tiempo
decidí estudiar inglés, porque si algún día una voz interesante me decía por
teléfono: “I just called to say I love
you”, sería imperdonable no entenderme con él.
Pero durante años, sólo llamó un guiri una vez por error
y dado que la pronunciación británica no es fácil, abandoné la idea.
Preferí entonces aprender francés, ya que es
irresistible oir "Je t’aime" en la voz de
Jacques Brel o algún otro. Pero me di de bruces con la gramática y opté por
olvidarlo.
Siempre pensé que si un chicarrón de dos metros me soltaba “Ich
liebe dich”, creería que me estaba amonestando y no lo intenté con el alemán.
De todas maneras, si un guapetón, como los mejores patricios
de Roma, dijera “ti amo”, habría que saber italiano; pero dada la similitud con
el español, no me esforcé en ello.
A estas alturas de la vida de mi corazón, en el caso de que alguna vez
me encuentre en una situación sentimental de bilingüismo, he decidido que lo
mejor es pronunciar aquello que tanto gustó a Melanie de su Banderas: “te quiero una
jartá”. Y si por remilgo o por las circunstancias, debo dejar la “jartá”, pues
simplemente: “te quiero”, suena bien.
Dicho queda, a quien lo merezca.
La mujer de Rojo. Dir. Gene Wilder. 1984
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