sábado, 19 de enero de 2013

AMIGOS HASTA LA MUERTE


Aquel 21 de Enero yo había quedado con Elsa en el apartamento de Cádiz, junto al Paseo Marítimo, para decidir el futuro de nuestra relación. Llegué por la tarde,  no quería ser visto por los vecinos, pero coincidí en el ascensor con dos chicos que parecían estudiantes, estarian de alquiler y serían de los pocos que vivian allí en invierno. Uno le pedía al otro que le ayudara con algo que tenia que montar.
Elsa no llegó, y cuando intenté dormir, no me lo permitieron la inquietud ni los ruidos de algún vecino. Pasé horas fumando junto a la ventana, aún tenía la esperanza de que apareciese en algún momento y todavía de madrugada vi a uno de los chicos salir con ropa deportiva y una mochila a correr. También lo vi entrar, oí puertas, mover muebles y vuelta a salir con la mochila a correr. Quise subir a partirle la cara y descargar en él mi ira, pero no estaba totalmente seguro de cuál era su piso y no debía hacerme notar. Cuando bajé por tabaco, casi amaneciendo, el imbécil, con la misma pinta, tomó un taxi.
Unos dias después, mi mujer, horrorizada, me mostró  un periódico: El pasado día 21 en el edificio de nuestro apartamento de Cádiz, José Juan, un estudiante de medicina,  había golpeado en la cabeza con la pata de una mesa rellena de arena a Javier, su mejor amigo, tras taparle los ojos con la excusa de probar el sonido del equipo de música. Seguidamente lo acuchilló hasta matarle. Lo descuartizó y esa madrugada lo transportó en una mochila, en varios viajes, hasta unas obras en el espigón de la Punta  de S. Felipe.  Conservó las manos en formol y envió una carta a los padres pidiendo doce millones de pesetas (72.000 euros) como rescate de su hijo supuestamente secuestrado.
Tardé en reponerme. Aquella noche de 1989, Javier perdió la vida, el asesino perdió a su mejor amigo; el prestigioso arquitecto que diseñó nuestro edificio y su mujer, perdieron un hijo. Y yo, perdí a Elsa. Afortunadamente, nadie me citó sobre el caso, hubiera perdido también a mi mujer.


El Grito. Edvard Munch. 1893


martes, 1 de enero de 2013

AÑO NUEVO, VIDA NUEVA.


Estando sentada en la sala de espera pasó una doctora a la que hacía tiempo que no veía. Parecía ajetreada, buscando pruebas o algo de un paciente que debería tener un problema. Advertí que llevaba el pelo muy muy cortito y recordé que la última vez que oí un comentario sobre ella fue en un tono preocupante. Estaba guapa y derrochaba actividad, como siempre.
Cuando veo a una de estas mujeres, en su trabajo, llevando los niños al colegio, en el cine, etc., me imagino que llevan sobre su cabeza un surtidor invisible que nos va rociando de gotitas, con mensajes que nos dicen: “lo vencí”, “se puede”,  “hay solución”.
Al rato volvió a pasar con su paciente, parece que le resolvió el problema y creo que también a alguno de los que allí estábamos.
Frederic Bazille. El vestido rosa. 1864