Estando sentada en la sala de espera pasó una doctora a la que hacía
tiempo que no veía. Parecía ajetreada,
buscando pruebas o algo de un paciente que debería tener un problema. Advertí que
llevaba el pelo muy muy cortito y recordé que la última vez que oí un
comentario sobre ella fue en un tono preocupante. Estaba guapa y derrochaba
actividad, como siempre.
Cuando veo a una de estas mujeres, en su trabajo, llevando
los niños al colegio, en el cine, etc., me imagino que llevan sobre su cabeza
un surtidor invisible que nos va rociando de gotitas, con mensajes que nos
dicen: “lo vencí”, “se puede”, “hay
solución”.
Al rato volvió a pasar con su paciente, parece que le
resolvió el problema y creo que también a alguno de los que allí estábamos.
Frederic Bazille. El vestido rosa. 1864
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