El estudiante hizo rápidamente su maleta, incluso dejó
algunas cosas sin guardar. Sin embargo,
le resultaba mucho más pesada que varios meses antes, cuando llegó con una beca
erasmus a aquella ciudad. Entonces le fue difícil cerrarla, rebosaba de ropa,
comida de su tierra, objetos queridos y, mucha ilusión.
Llamó a la habitación de su compañero de residencia.
-Hola. ¿Puedo dejar aquí mis cosas un momento? Es que…
-Joao, ¿qué pasa?
-Voy a devolver las llaves de la habitación.
-Pero.. ¿te vas?
-Sí. Mi padre ha muerto por los atentados de Bruselas.
Martin, su compañero se quedó inmóvil, mirándolo.
-Resultó herido… Mi madre decía que mejoraría.
Martín lo abrazó fuerte, sin saber qué decir.
Cuando Joao volvió de entregar las llaves, Martín cogió una
mochila de su amigo y le dijo:
-Te acompaño. Vas en autobús al aeropuerto. ¿No?
Sí, sí. Gracias.
El camino, aunque corto, parecía interminable y el silencio calaba
más que el frío, hasta que dijo Joao:
-He dejado algunas cosas en la sala multiusos, por si te
interesa algo. Hay unas botas de nieve que compré en la tienda de segunda mano
para mi padre.
Martín le puso una mano sobre el hombro.
-Joao, lo siento mucho, no sabía nada. No he parado durante
la semana santa… Vinieron… a verme.
-El también venía a verme. Tuvo que hacer escala allí. Tenía
mucha ilusión por ir a los lagos y bosques nevados.
Hubo otro abrazo, un tímido adiós desde el andén, frases que
no se llegaron a articular, lágrimas que querían salir, y ambos, separados por
la ventana del autobús ahogaban dos palabras: ¿Por qué?
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