Como los
estudios no eran lo suyo, pasó muchas horas en el local del partido. Igual
pintaba una pancarta, repartía panfletos, hacía de chófer o iba por cerveza y
bocadillos cuando una reunión se alargaba.
Tanta
dedicación le fue pagada con un carguito, al que siguió un buen cargo. Desde él
le procuró empleo a su esposa y cuñados. Mientras engordaba su panza con buenas
viandas y vino de reserva en las comidas de trabajo, fue formando una empresa con las comisiones de los proveedores.
Llegó un momento en que el partido no pudo seguir
manteniéndolo, pero su negocio “va bien” y todos los días se le oye repetir:
“la gente, que no ha sabido cuidar el futuro, han querido vivir por encima de
sus posibilidades, y ahora tenemos que pagarlo todos”.