Los expertos en meteorología han anunciado que este verano
de 2013, será el primero desde hace 25 años en que no hará calor.
Mi primer pensamiento fue para las miles de personas que
encuentran en las playas y el veraneo su “modus vivendi”, muchas, dado que
España se ha quedado para el sector servicios, más cerca quizás de la
servidumbre. Recordé a los trabajadores de los chiringuitos; a los padres de familia que, con el auge de la
hostelería en los meses de verano, obtienen casi el único sustento en todo el
año para los suyos; estudiantes que, ya sea como socorrista o vendedor de
refrescos y helados, consiguen pagar la cada vez más cara matricula de su
universidad. También pensé en aquellas familias que alquilan su vivienda
cercana al mar y cuyo dinero es un gran alivio para los males domésticos.
Pero al poco, me asaltó un irreprimible sentimiento egoísta
y me imaginé llegando a una playa donde no tendría que dar diez vueltas antes
de aparcar, ni soltar un euro para el gorrilla. Tampoco vendría nadie a clavar
su sombrilla, cual bandera en terreno conquistado, junto a mi toalla. Ni me
despertarían unos gritos reclamando a algún niño que saliese del agua. Podríamos
comer las sardinas en la barra del bar sin que ningún brazo sudoroso
tropezase con nuestra espalda. En resumen, disfrutaríamos tranquilamente de la playa a la vez que se gastaría
menos agua en duchas refrescantes y menos electricidad en aire acondicionado,
cuyas facturas están en alza. También podríamos lucir chaquetas de verano,
jerseys de hilo y zapatos que el calor no nos permite, sometiéndonos a ver o vestir híbridos entre ropa de baño y
calle, de pésima estética.
Bien mirado, esto del fresquito tiene sus ventajas. El sector de los libros y discos, por
ejemplo, podría vender más, porque la gente se quedaría más en su casa, o iría
a los cines. Las tiendas de artesanía, manualidades y bricolaje también harían más negocio, entre
otros. El turismo se repartiría entre costa e interior y todos pillarían un
poco de los gastos en vacaciones.
Definitivamente, prefiero un verano sin calor. Pero es sabido que éstos del tiempo no aciertan
nunca y ya están subiendo las temperaturas, así que haré como Bañez, la ministra de empleo, que ante su
incompetencia , no dimite, le pide ayuda a la Virgen del Rocío . Así que yo
he decidido elevar mi plegaria, para que no haga mucho calor. Total, el sol,
las nubes y los astros, están más cerca del Cielo que los trabajos
Niñas en el mar. Sorolla. 1909