Recuerdo aquella tarde en que, mientras el
profesor corregía a un compañero, miré por la ventana y vi la torre de S.
Miguel. Siempre me había atraído su chapitel, de geometría blanca y azul, que
brillaba ante mis ojos. En un momento en que nos miramos te dije: "vení, volá". De la mano,
nos escapamos y rápidamente, llegamos hasta ella, dejando a todos abajo.
Volamos por los alrededores y tú me sujetabas con fuerza, para que no me fuera
con el viento. Recogimos los últimos
rayos de sol y debajo de nosotros, Jerez empezaba a encender sus luces y a
llenar sus terrazas. Vimos a los niños jugar en las plazas de los barrios y
sus padres o abuelos sentados en los bancos, mientras nos guiñaban las primeras
estrellas. La luna apareció sonriendo viendo a dos locos jugando entre las
nubes…
En algún momento, volvimos y entramos
cautelosamente, cuando ellos, discutían sobre Heráclito, ignorando que nos
habíamos perdido tan interesante debate.
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