Cuando abriste los ojos por primera vez, tu mirada agradecía
que tú y yo estuviéramos allí. Tu boca algún día no muy lejano me diría mamá.
Te quedaste en la incubadora para aumentar el peso, mientras tu tía y yo
tuvimos que irnos al pueblo. Cuando volví para verte y deseando recogerte, no
estabas. Sor María me comunicó que habías enfermado gravemente y habías muerto.
No pude verte ni entenderlo. La monja a modo de consuelo me dijo que cómo
viviría el hijo de una madre soltera, sin medios y cuyos abuelos no querían
saber nada de él.
Pero sí quisieron. Todos hemos dedicado años a indagar, solicitar, reclamar, rogar. Pero nadie nos ha dado nunca ninguna pista, sólo aumentaron las sospechas. Llegaron a llamarme loca. Creo que lo estoy, de desesperación. Hijo, ya lo sabes, no fuiste abandonado, fuiste robado hace treinta años. ¡Búscame! Por favor.
El nacimiento de la Vía Láctea. Pedro P. Rubens. 1637
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