viernes, 24 de agosto de 2012

ADIÓS, TÍTERES, ADIÓS.

Para los jóvenes de mi generación, la vuelta al cole está marcada con la Muestra de Títeres. El programa estaba entre libros nuevos, cartucheras y mochilas. Empecé a conocer el callejero de Jerez buscando de plaza en plaza el ansiado escenario. Me gustaban todos: de varilla, guante, sombras y lo que hubiera. Recuerdo algunos titiriteros que eran fijos todos los años y me alegraba reconocerlos, como una pareja, creo que de Zaragoza.

Mis padres se afanaban en colocarnos en un buen sitio y ellos se iban detrás, decían que a charlar, pero cuando yo me volvía para asegurarme de que seguían allí, los veía mirando atentos, cuando no embobados y se reían con los diálogos. Mi madre era una pesada aplaudiendo y la última en irse, pues siempre encontraba alguna antigua amiga que estaba con sus hijos. Entonces mi padre corría con nosotros a la siguiente plaza para encontrar sitio.

Me gustaba ver el Centro tan lleno, merendar o cenar en la calle y mi hermana y yo no nos sentíamos satisfechos hasta que poníamos en el programa la última cruz a la última función, pues eran varios días y daba tiempo. Alguna vez vino mi primo desde Cádiz a verlos y un año que tuvimos familiares de fuera de vacaciones en Septiembre, también disfrutaron de los títeres.

Este año me estrenaba como acompañante, le había prometido a mi primo pequeño llevarlo. Pero ayer me dijeron que se han suspendido y no entiendo por qué le aconsejan que se aficione al golf, que estará más distraído.

lunes, 20 de agosto de 2012

LA AVENTURA DE ERNEST

Al día siguiente de entrar Gran Bretaña en la primera Guerra Mundial, el 9 de agosto de 1914, zarpé del puerto inglés de Plymouth, junto a 26 compañeros a bordo del Endurance. No tenía miedo, no era mi primer viaje, aunque sí el más importante.

Al poco tiempo, el barco quedó atrapado. Pasamos meses en un campamento improvisado sin que nadie viniese a rescatarnos. No había llegado la época dorada de las comunicaciones y un país en guerra no puede velar por todos sus súbditos. Pasamos duras pruebas físicas y psicológicas de supervivencia. Llegamos a jugar al fútbol y hacer teatro a temperaturas extremas, para mantener la mente y el espíritu activos.  Los perros fueron parte de nuestro alimento. Recorrimos kilómetros andando cargando todo el material. Un grupo navegamos en un bote salvavidas hasta una isla, mientras el resto esperaba.  Después otra travesía de 1300 km. en otro bote abierto por uno de los mares más peligrosos del planeta. Ya habían pasado dos  inviernos de vientos y nevadas y llegó otro verano  cuando yo, Ernest Shackleton, junto a dos compañeros, sin mapa ni equipo  adecuado, cruzamos una montaña nevada hasta que encontramos por fin ayuda. Como el gobierno británico tardaría varios meses en rescatarnos, después de muchos intentos, el 30 de Agosto de 1916, en un barco chileno, recogimos al grupo que esperaba en la Isla Elefante.
No conseguí cruzar la Antártida como pretendía, pero fui considerado  el mejor líder de la historia de la aventura y la épica, que logró mantener vivo a todo el grupo, en las condiciones más adversas, llegando a altas cotas de superación del ser humano.
Foto: Frank Hurley

domingo, 5 de agosto de 2012

ELLOS


Ella no sabía muy bien qué hacía allí en casa de aquel amigo. El estaba recién llegado de vacaciones desde otra ciudad donde trabajaba últimamente. Se habían encontrado un rato antes por los alrededores y tras los saludos y comenzar a charlar, él la invitó a pasar.
Desde hacía varios años que se conocían, era la primera vez que estaban a solas en un lugar resguardado y ambos, sin confesarlo, habían deseado muchas veces que se produjera una situación así. El se mostraba inquieto como un muchacho, aunque no lo era. Ella, insegura  como una adolescente, que tampoco lo era. Él disfrutó enseñándole su rincón favorito y algunos objetos personales significativos. A ella le gustó verlos.
No se permitieron más placer que el de la conversación. Se sentaron frente a frente y terminaron hablando de trivialidades, mientras se observaban y se gustaban. Ella supuso que él estaría deseando encontrarse con aquella chica que siempre lo acompañaba últimamente y con quién parecía  muy entusiasmado. El pensó que ella no estaría para ningún tipo de proposición, después de hablarle de la enfermedad que le habían diagnosticado.
Cuando ella salió a la calle, la luz del sol le cegó la vista y también la mente. Creyó que aquello no había ocurrido, que fue solo un espejismo en su desierto.
Le déjeuner. Renoir. 1879