Para los jóvenes de mi generación, la vuelta al cole está marcada con la Muestra de Títeres. El programa estaba entre libros nuevos, cartucheras y mochilas. Empecé a conocer el callejero de Jerez buscando de plaza en plaza el ansiado escenario. Me gustaban todos: de varilla, guante, sombras y lo que hubiera. Recuerdo algunos titiriteros que eran fijos todos los años y me alegraba reconocerlos, como una pareja, creo que de Zaragoza.
Mis padres se afanaban en colocarnos en un buen sitio y ellos se iban detrás, decían que a charlar, pero cuando yo me volvía para asegurarme de que seguían allí, los veía mirando atentos, cuando no embobados y se reían con los diálogos. Mi madre era una pesada aplaudiendo y la última en irse, pues siempre encontraba alguna antigua amiga que estaba con sus hijos. Entonces mi padre corría con nosotros a la siguiente plaza para encontrar sitio.
Me gustaba ver el Centro tan lleno, merendar o cenar en la calle y mi hermana y yo no nos sentíamos satisfechos hasta que poníamos en el programa la última cruz a la última función, pues eran varios días y daba tiempo. Alguna vez vino mi primo desde Cádiz a verlos y un año que tuvimos familiares de fuera de vacaciones en Septiembre, también disfrutaron de los títeres.
Este año me estrenaba como acompañante, le había prometido a mi primo pequeño llevarlo. Pero ayer me dijeron que se han suspendido y no entiendo por qué le aconsejan que se aficione al golf, que estará más distraído.
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