Ella no sabía muy bien qué hacía allí en casa de aquel
amigo. El estaba recién llegado de vacaciones desde otra ciudad donde trabajaba
últimamente. Se habían encontrado un rato antes por los alrededores y tras los
saludos y comenzar a charlar, él la invitó a pasar.
Desde hacía varios años que se conocían, era la primera vez
que estaban a solas en un lugar resguardado y ambos, sin confesarlo, habían
deseado muchas veces que se produjera una situación así. El se mostraba
inquieto como un muchacho, aunque no lo era. Ella, insegura como una adolescente, que tampoco lo era.
Él disfrutó enseñándole su rincón favorito y algunos objetos personales significativos. A ella
le gustó verlos.
No se permitieron más placer que el de la conversación. Se
sentaron frente a frente y terminaron hablando de trivialidades, mientras se
observaban y se gustaban. Ella supuso que él estaría deseando encontrarse con
aquella chica que siempre lo acompañaba últimamente y con quién parecía muy entusiasmado. El pensó que ella no
estaría para ningún tipo de proposición, después de hablarle de la enfermedad
que le habían diagnosticado.
Cuando ella salió a la calle, la luz del sol le cegó la
vista y también la mente. Creyó que aquello no había ocurrido, que fue solo un
espejismo en su desierto.
Le déjeuner. Renoir. 1879
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