jueves, 26 de julio de 2012

INGENUO PERDEDOR.-


Aquella mañana el salió de su casa para trabajar, como siempre, a las 7,45, después de besar a su esposa y echar una mirada a los dormitorios de sus hijos. Repetía lo mismo cada día desde hacía 15 años. Anteriormente estuvo trabajando lejos y se sintió feliz cuando tras superar unas pruebas y méritos, consiguió ese puesto estable en su ciudad.
Al volver a su casa, se detuvo unos minutos con las llaves en la mano sin atreverse a abrir la puerta. No sabía cómo mirar a su mujer ni cómo explicarle a sus hijos que lo habían incluido, sin razón alguna, en el ERE de la empresa donde trabajaba.

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