De nuevo estaba en la cola de embarque para salir de Nueva
York. No me apetecía nada volar sola otra vez. Recordé el viaje anterior en el que cuando llegué a mi asiento, estaba ocupado
por un señor que se negaba a sentarse en el suyo, indicándome, en mal tono, que
me colocara yo. Ante su tozudez, no estaba dispuesta a cambiar mi plaza,
aparentemente igual, pero en el lado opuesto .No comprendía qué razón oculta le
llevaba a oponerse. Fue necesaria la intervención del personal de la
tripulación, con la advertencia de que no despegaban hasta que se cambiasen él
y su equipaje. Era de mediana edad, raza negra y habló por teléfono en francés
con alguien a quién llamaba papá. Refunfuñaba y provocó gran tensión, incluso
miedo, a su alrededor. Estaba muy cansada, intenté relajarme y al poco me quedé
dormida. Me pareció oír a un hombre quejarse y tuve un sueño en el que llamaban
a un médico. Cuando desperté, el mencionado pasajero estaba al final del avión,
en un asiento independiente con doble cinturón de seguridad cruzado. Parecía
adormilado y alguien lo vigilaba. Me contaron que tenía fobia a volar, sufrió
un ataque de pánico. Se orinó encima -añadió una chica a mi lado. Y dos pasajeros médicos tuvieron que atenderlo.
Esta vez llegué a mi sitio sin problemas. Era un vuelo de
pocas horas. Llegaría de noche. Conecté mi tablet para distraerme con una
película, era una versión inglesa con subtítulos en español. Al poco rato me dí
cuenta de que mi compañero de asiento me miraba con insistencia. Yo intentaba
disimular, pero de reojo notaba que no cambiaba la dirección de sus ojos, más
hacia mis piernas que a mi cara. Parecía hispano y podría haberle dicho algo,
pero no se me ocurría nada. Él tampoco hablaba. Temía quedarme dormida porque
hacía poco que había leído un artículo, que me sorprendió, sobre abusos a mujeres
en aviones. Así que estuve todo el rato
alerta hasta que se me cerraron los ojos. Me desperté con la música de una
fiesta en la película que tenía puesta. El hombre de al lado seguía en la misma
postura, con la cabeza girada para mi lado. Lo oí reírse. Lo miré y me dijo:
“¡se han casado!” –señalando la pantalla.