Ellos se besaron apasionadamente, como siempre. Se amaron con el ímpetu y la ilusión del primer año de casados, como siempre. El la acarició suavemente, dejó la mano sobre su vientre, sin sospechar la incipiente preñez y se durmió sin advertir la maleta que alguien había puesto bajo la cama.
Al día siguiente, cuando el volvió del trabajo, tan sólo unos zapatos de tacón abandonados en el dormitorio, aquellos zapatos que tanto ruido hacían, hacían suponer que allí había vivido una mujer.
Recibió una llamada de teléfono, era un abogado.
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