Estábamos hartos de llevar pegado a Abdul, aquel chico que
decía que él no era un guía, sino un amigo, que no cobraba por horas como
otros, sólo nos acompañaba para practicar español.
Habíamos conseguido con su presencia quitarnos de encima a otros que insistían en
llevarnos por las calles de Fez, esa
hermosa ciudad marroquí, que tanto nos
apetecía disfrutar paseando tranquilamente.
Vimos una calle que daba a una salida de la medina, así que despistamos a nuestro acompañante y entramos en otra perpendicular estrecha para que no nos viese. Seguimos un poco más para aprovechar y ver el zoco de las especias y comprar algo.
-¡Qué olor tan penetrante!, ¡cuidado!, ¿de dónde habrá salido este burro?, no me lo explico, si estas calles apenas alcanzan dos metros de ancho…no, no, quiero alfombras, ¡vaya, ya nos salió otro guía!, ¡una moto, que viene una moto!, me ha rozado la yerbabuena hasta los ojos…
Nos cogimos del brazo fuertemente e intentamos salir de allí, pero aquel laberinto de calles cada vez era más complicado y estrecho. Volvimos a pasar por los plateros, los carpinteros, todos los artesanos nos ofrecieron de todo y nuestro nuevo guía sonreía. Llegamos a los peleteros y el hedor de los tintes que se acercaba se hacía ya insoportable. Todo nos resultaba ya conocido, pero la prometida salida no aparecía.
Vimos una calle que daba a una salida de la medina, así que despistamos a nuestro acompañante y entramos en otra perpendicular estrecha para que no nos viese. Seguimos un poco más para aprovechar y ver el zoco de las especias y comprar algo.
-¡Qué olor tan penetrante!, ¡cuidado!, ¿de dónde habrá salido este burro?, no me lo explico, si estas calles apenas alcanzan dos metros de ancho…no, no, quiero alfombras, ¡vaya, ya nos salió otro guía!, ¡una moto, que viene una moto!, me ha rozado la yerbabuena hasta los ojos…
Nos cogimos del brazo fuertemente e intentamos salir de allí, pero aquel laberinto de calles cada vez era más complicado y estrecho. Volvimos a pasar por los plateros, los carpinteros, todos los artesanos nos ofrecieron de todo y nuestro nuevo guía sonreía. Llegamos a los peleteros y el hedor de los tintes que se acercaba se hacía ya insoportable. Todo nos resultaba ya conocido, pero la prometida salida no aparecía.
-¡No, por favor!-, Abdul otra vez. Ambos guías se enzarzaron
en una discusión, de la que no entendimos nada. Enseguida nos rodearon varios
hombres más. Casi a empujones, se marchó
el segundo y Abdul nos dijo:
-No hay problema, amigos. Sólo tenéis que pagarme a mí cincuenta
euros, yo le pago a él y el resto es vuestro regalo, pues yo os he acompañado
toda la mañana y os he evitado muchos problemas.
1 comentario:
Este articulo esta fenomenal, todo viajero que se ha acercado a Marruecos o a otros países árabes lo entenderar perfectamente, esta narrado con todos los detalles y sobre todo los olores, esos olores que los tres primeros días se te mete en el cuerpo y no te deja respirar, con el paso de los días ya los olores pertenece a tu sistema respiratorio que ni siquiera lo huele, ese colorido, que a mi personalmente siempre me ha gustado, de los sacos de diferentes especias es algo que nunca olvidare. mi más enhorabuena por el articulo y saludos a todos. Teno.
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