Llovió la tarde del Jueves Santo, uno de los tres que
relucen como el sol. Se mojaron los zapatos nuevos, los tacones resbalaron, se deslució el charol
y también se estropearon los peinados
hechos por profesionales. Las gabardinas y chubasqueros aparecieron pronto
tapando las corbatas nuevas, los trajes oscuros de supermercado, los bellos
vestidos negros, algunos reciclados de la nochevieja, las joyas y el glamour.
Se abrieron los paraguas y taparon las lindas mantillas y peinetas, ya fueran de plástico o de carey.
El vendedor de cacahuetes se va rápido con su canasto. Los
palcos y sillas quedaron desiertos, ese dinero ya está cobrado; los camareros
recogían las mesas de las terrazas. El autobús cambió la parada y los taxis escaseaban.
Los penitentes rompieron filas y pisaron el azahar de las aceras.
¡Qué pena!, fue la frase más oída, “todo el año esperando” –lamentaron
otros-. “Cuánto dinero van a perder los de la hostelería, con la falta que
hace”- reflexionaron muchos-.
Los pasos con las excelsas imágenes cambiaron su rumbo para
guarecerlas en los templos más cercanos y todavía había quién se consolaba: “El
domingo, cuando vuelva a su iglesia, la tenemos otra vez fuera, por calles por donde nunca pasa, con música y mucha gente".
Foto: Diario de Jerez
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