domingo, 23 de noviembre de 2014

¡VIAJEROS, AL TREN!


Estuvo a punto de quedarse dormida. Pero, apresurándose,  podía llegar a tiempo.  Caminó rápidamente hacia la estación, llegando antes que el tren que salía para Madrid. Era fin de semana y el andén estaba repleto, tanto de viajeros como de acompañantes.
Deambuló despacio entre la gente. Algunos viajeros eran rodeados por sus familiares. Otros iban solos, no los despedía nadie o quizá alguien con semblante serio, indiferente o de estar allí por compromiso. Observaba a todos, a los niños que se resistían a soltarse de alguna mano, a las madres que se deshacían en recomendaciones, a quienes disimulaban las lágrimas y quienes las exhibían, quienes ayudaban con las maletas y, sobre todo, no podía evitar el mirar a las parejas que se fundían en un beso interminable.
El tren paró sólo unos minutos y se marchó, como así lo hicieron los acompañantes y ella detrás, casi la última, como siempre, volvió sobre sus pasos. No podía remediarlo, desde hacía muchos años, desde aquella vez en que despidió en esa misma estación a aquel novio que nunca volvió, tenía una tendencia casi enfermiza, a acudir allí asiduamente. Al principio fue con la ilusión de verlo regresar, pero con el tiempo se dio cuenta de que observar las idas y venidas de los demás, sobre todo las despedidas, le recordaba que había vidas, planes, etapas… le hacía sentir algo.
La próxima vez vendré con la maleta –se dijo con firmeza.
 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Bonito relato que destapa un poco, a través de unas pinceladas sobre el microcosmos del andén de una estación, las vidas interiores. (JAEM)