viernes, 20 de noviembre de 2015

UN REGALO MUY CARO.-


Tuve que despedir a Cati, no tenía otra alternativa.
Unos días antes,  mi madre quiso que yo luciera, en la  boda de mi hermana, el collar de oro blanco y aguamarinas  que ella sólo se ponía en ocasiones especiales. Ella nos contaba que era un regalo de su madrina, tan rica como cariñosa, que lo compró en Tiffany  cuando estuvo en Nueva York.
La celebración se prolongó y yo volví muy tarde y cansada, no me entretuve en bajar al despacho por el estuche y  lo puse en mi tocador, junto al cofre de madera tallada. A la mañana siguiente me quedé dormida, así que me fui a trabajar a toda prisa.
Cuando llegué por la tarde, el collar no estaba. Revolvimos toda la casa por si distraídamente  lo habíamos guardado. No apareció. Cati era la única persona ajena a la familia que había entrado. Ella lo negaba rotundamente, entre lágrimas. Yo le repetía una y otra vez que habíamos perdido la confianza en ella, después de tantos años con mi familia, que no debía haberlo hecho por muy mala que fuera su situación. Añadí que no la denunciaba por caridad. También es cierto que estuvo mucho tiempo trabajando sin asegurar y no quería salir perjudicada. Mis hijas se cogían de su ropa al verla marchar. Yo les conté que tenía que irse para cuidar a su madre enferma.
Un cuñado policía hizo algunas indagaciones por su cuenta y, ni rastro del collar, o mejor, de la gargantilla. A veces la contemplaba en una foto enmarcada,  una elegante cadena, de la que colgaban cinco piedras del mismo tamaño y color que las pupilas de mi madre, rodeadas de pequeñísimos diamantes, o, seguramente, circonitas.
Durante meses y años estuve esperando que viniera a devolverlo o explicarnos, pero, nada. Sólo supe que al principio merodeaba por el colegio de las niñas, observándolas a la hora del recreo y tuvimos miedo.  Mi madre se sentía culpable por habérmelo prestado; yo, por haber provocado el robo; mi hermana, por ser en su boda; mi marido, por no haberla denunciado. Se convirtió en un tema tabú para la familia, hasta ayer.
Como mis hijas estaban de campamento, decidí regalar juguetes que no usaban y… ¡Dios mío!, ¡no podía creerlo!, en el fondo de un baúl encontré una muñeca con el collar puesto. Un frío me recorrió la espalda y salí hacia la casa de Cati. Las manos me temblaban al volante  y la humedad en los ojos me dificultaba la visión. Estuve a punto de volverme. Pero llegué. Al preguntar por ella, no sabían nada desde hacía tiempo. Había  vuelto a su país.
                                "Tiffany's Breakfast". By Blake Edwards.




sábado, 31 de octubre de 2015

TERMINARÁ GUSTÁNDOME.


En estos días, los cementerios de nuestras ciudades  abandonan su paisaje lúgubre, solitario y apacible por otro que, más bien, parece festivo. Su trascendencia gris da paso a flores multicolores y a un público variopinto que acude en grupos, cargados con cachivaches varios y amena conversación. Se encuentran familiares  y amigos que no se ven ni en la feria del pueblo y a esa romería llevan hasta a la abuela. Los niños también, que no hay con quién dejarlos. Hay quienes sólo acuden a su pueblo en esa fecha. Al principio por duelo, después para que no los critiquen, que hay quienes pasan lista al estado de las lápidas, y más tarde, por puro ritual. Es una forma diferente de echar el día, ver a los amigos de la infancia y después,  probar el primer mosto y un buen plato en cualquier tasca  o venta.
Creo que optaré por terminar en un cementerio, me parece más ameno que la cremación, no sea que me pase como a aquel vecino que, no queriendo incomodar a los hijos que emigraron con visitas de cumplido al camposanto, manifestó en vida su voluntad  de ser incinerado. La familia, pasados unos días tras su muerte,  con las cenizas en el salón de la casa, donde infundía cierta incomodidad, optó por enterrarlas bajo un árbol del jardín. Desde ese día, su perro, con el que nunca se le vio pasear, orina encima, no se sabe si por amor o por venganza.
Foto de EFE. Archivo

domingo, 24 de mayo de 2015

REFLEXIONANDO APARECIO LA NORIA.-


Erase una vez  un hombre bueno, responsable e inteligente, que desde muy  joven ejerció diferentes trabajos, incluso tuvo su propia empresa con otro socio. Como nunca dejó de formarse, trabajó muchos años en la Administración local y, por méritos propios, ocupó lo que se suele decir “un carguito”. Entre sus funciones estaba la de contratar personal de forma puntual para ciertas tareas concretas. Era una época en la que fueron a buscarle muchos amigos, conocidos y extraños. Unos en busca de trabajo, otros de asesoramiento, de información, aquel intentando agilizar un trámite o conseguir entrevistarse con alguien. En fin, todas esas gestiones para las que viene bien acordarse de un amigo.
Pero llegaron unos políticos que, injusta e ilegalmente, lo despidieron junto a otros muchos compañeros. A partir de entonces, empezó a sonar menos su teléfono, a no tener varios compromisos para tomar un café. Algunos compañeros y amigos se fueron apartando, incluso aquel que tanto repetía que era bien nacido porque era agradecido. Para quien gustaba de hablar con él e intentar obtener cierta información, parece que su compañía ya no era tan agradable…
Llamó a varias puertas. Empezó por los amigos y aquellos a quienes de una u otra forma había facilitado trabajo. Casi todos estaban muy ocupados o la crisis también les había pillado. Pero vio que a su alrededor había gente. Estaban los auténticos, los de verdad. También aparecieron otros nuevos. Incluso reaparecieron antiguos amigos a los que llevaba muchos años sin ver. Alguien a quién no conocía le echó una mano. Y comprobó que existe gente buena.
Hoy ese hombre tiene un poder que no todos consiguen: saber quiénes son sus amigos.
Y colorín colorado, este cuento no se ha acabado y,  a veces, parece que la vida es una noria.
 

viernes, 3 de abril de 2015

TARDE DE VIERNES.-

 

Hoy he vuelto a mi barrio. Como cada año.  Las procesiones tienen el poder de convocar  a vecinos, antiguos y nuevos, residentes aquí y emigrantes, alrededor de su Cristo, de su Virgen y de su iglesia. Y allí estaban sus calles, como cada Viernes Santo, con balcones engalanados y fachadas recién adecentadas. Son ya décadas las que llevo acudiendo a la cita, siempre en el mismo sitio. Veía a mis vecinos, a sus hijos, nos saludábamos, y siempre ha sido grato el reencuentro. En alguna ocasión he reconocido en una joven a una amiga pero…era su hija, exactamente igual a ella cuando dejé de verla…  Muchos incondicionales  nos hemos repetido cada año y también, cada año, han dejado de verse algunos de los habituales.

Esta vez  he notado muchas ausencias, pero el sentimiento de ver al Cristo pasar por delante de la que era mi casa, compensa otras frustraciones. En el tiempo del desfile procesional, escenas de mi infancia por esas calles, por sus tiendas, entre sus personajes y en mi casa se agolpan desordenadamente. El descubrimiento de la vida, la familia, el colegio, las amistades, todo tiene su origen allí. Y me pregunto: ¿pueden unas personas por el hecho de comprar una casa adueñarse de mis sueños, mis ilusiones y fantasías? ¿Por qué no puedo volver a entrar y recrear mis juegos? ¿Qué habrá en mi rincón favorito? ¿Hay alguien que lleve ahora muñecas a la azotea?  Me da rabia pensar que nada de aquello ya me pertenece. En la escritura del inmueble, el notario debió añadir: “se le da licencia al vendedor y sus descendientes para entrar y soñar”


   
 

viernes, 6 de febrero de 2015

NI UN DIA SIN ÉL.-


¡Que mala suerte!  Sólo hace unas horas que no estamos juntos y me parecen una eternidad. Creo que no podré vivir sin él, después de tanto tiempo a mi lado. ¿Con quién hablo yo ahora?  ¿quién me hará reír? ¿Con quién jugaré por las noches antes de dormir? No sé qué había más si costumbre o  pasión,  pero noto tanto su ausencia…  Además,  incluso mis amistades las controlaba él. Quizás llevada por la comodidad, no se hacía una quedada  en la que él no interviniera…
Definitivamente, voy a buscar una solución. Ahora mismo salgo a comprar otro teléfono móvil.