lunes, 15 de agosto de 2016

LA IMAGINACIÓN TAMBIÉN VUELA.


De nuevo estaba en la cola de embarque para salir de Nueva York. No me apetecía nada volar sola otra vez. Recordé el viaje anterior en el que cuando llegué a mi asiento, estaba ocupado por un señor que se negaba a sentarse en el suyo, indicándome, en mal tono, que me colocara yo. Ante su tozudez, no estaba dispuesta a cambiar mi plaza, aparentemente igual, pero en el lado opuesto .No comprendía qué razón oculta le llevaba a oponerse. Fue necesaria la intervención del personal de la tripulación, con la advertencia de que no despegaban hasta que se cambiasen él y su equipaje. Era de mediana edad, raza negra y habló por teléfono en francés con alguien a quién llamaba papá. Refunfuñaba y provocó gran tensión, incluso miedo, a su alrededor. Estaba muy cansada, intenté relajarme y al poco me quedé dormida. Me pareció oír a un hombre quejarse y tuve un sueño en el que llamaban a un médico. Cuando desperté, el mencionado pasajero estaba al final del avión, en un asiento independiente con doble cinturón de seguridad cruzado. Parecía adormilado y alguien lo vigilaba. Me contaron que tenía fobia a volar, sufrió un ataque de pánico. Se orinó encima -añadió una chica a mi lado. Y dos pasajeros médicos tuvieron que atenderlo.
Esta vez llegué a mi sitio sin problemas. Era un vuelo de pocas horas. Llegaría de noche. Conecté mi tablet para distraerme con una película, era una versión inglesa con subtítulos en español. Al poco rato me dí cuenta de que mi compañero de asiento me miraba con insistencia. Yo intentaba disimular, pero de reojo notaba que no cambiaba la dirección de sus ojos, más hacia mis piernas que a mi cara. Parecía hispano y podría haberle dicho algo, pero no se me ocurría nada. Él tampoco hablaba. Temía quedarme dormida porque hacía poco que había leído un artículo, que me sorprendió, sobre abusos a mujeres en aviones. Así  que estuve todo el rato alerta hasta que se me cerraron los ojos. Me desperté con la música de una fiesta en la película que tenía puesta. El hombre de al lado seguía en la misma postura, con la cabeza girada para mi lado. Lo oí reírse. Lo miré y me dijo: “¡se han casado!” –señalando la pantalla.
En el aire. Foto de Carmen Quintero