jueves, 18 de diciembre de 2014

BRINDANDO, BRINDANDO...

Llevaba una rosa seca en el pelo, el vestido arrugado, el rimmel corrido, un pendiente en el bolso, una lentilla de menos y los zapatos de tacón en la mano. Al entrar en el ascensor se vio en el espejo, y esbozó una sonrisa bobalicona. “Dios mío, que no me vea ningún vecino”, se dijo.
Ya en la casa, se quitó la rosa, la que él le puso del florero de la mesa, en un sorprendente gesto que deseó que fuera sólo el principio.
De todas maneras, nunca la comida de empresa dio tanto de sí.
 
La grande bouffe. 1973
 

No hay comentarios: